No me preguntes por qué, visitante, pero soy de esa clase de chicas que escribe cartas y a la que nunca le responden. Hojas de papel de libreta (pues nunca me gustaron las cartas en folio, me da miedo tanto vacío, qué le voy a hacer) en las que deposito mis sentimientos más o menos fuertes.
Y es curioso porque la esperanza nunca me abandona incluso cuando sé que esa carta nunca va a ser contestada. Así que lo que suelo hacer es una copia de ese pedazo de sentimiento para mí. Para que no se me olvide nunca lo que sentía en ese momento concreto (todas están fechadas al detalle) por esa persona.
El caso es que siempre que vuelvo a encontrarme con esa persona en cuestión: miro al suelo con las manos metidas en mis bolsillos. Y no es por darme un aire de justa melancolía. Qué más quisiera yo. Es que me da vergüenza.
Me da vergüenza que sepan que he escrito esa carta donde expongo a la luz lo que siento. Y lo que es peor aún: me da vergüenza que haya significado tan injustamente poco para esa persona que ni siquiera se haya tomado la molestia de escribir unas pocas líneas para mi.
Y es que pienso que las cartas, cuando pasa el tiempo, son el testimonio vivo de los recuerdos. Se dice tanto entre líneas... tanto que podrían escribirse cartas enteras sólo con todo lo que se dice entre ellas.
Estos pensamientos vinieron a mi mente justo después de cerrar la novela de María Dueñas: "Misión Olvido".
"Incapaz de recomponer sus propios pedazos, la profesora Blanca Perea
acepta a la desesperada lo que anticipa como un tedioso proyecto
académico. Su estabilidad personal acaba de desplomarse, su matrimonio
ha saltado por los aires. Confusa y devastada, la huida a la
insignificante universidad californiana de Santa Cecilia es su única
opción.
El campus que la acoge resulta, sin embargo, mucho más seductor de lo
previsto, agitado en esos días por un movimiento cívico contrario a la
destrucción de un paraje legendario a fin de construir en él un enorme
centro comercial. Y la labor que la absorbe —la catalogación del legado
de su viejo compatriota Andrés Fontana, fallecido décadas atrás— dista
enormemente de ser tan insustancial como prometía.
A medida que se afana en vertebrar la memoria de aquel hispanista
olvidado, junto a ella va ganando cercanía Daniel Carter, un colega
americano veterano y atractivo que no ocupa el sitio que debería ocupar.
Entre ambos hombres, uno a través de sus testimonios póstumos y otro
con su complicidad creciente, Blanca se verá arrastrada hacia un
entramado de sentimientos encontrados, intrigas soterradas y puertas sin
cerrar.
¿Por qué nadie se preocupó nunca de rescatar lo que Andrés Fontana dejó a
su muerte? ¿Por qué, después de treinta años, alguien tiene interés en
que todo aquello se destape al fin? ¿Qué tiene que ver la labor
inconclusa del viejo hispanista con todo lo que está ocurriendo ahora en
Santa Cecilia? ¿Qué le movió a desempolvar la historia no contada de
las misiones del Camino Real? Antes de encontrar respuestas, Blanca aún
tiene mucho que entender.
Amores cruzados, certezas a medias e intereses silenciados que acabarán
por salir a la luz. Viajes de ida y vuelta entre España y Estados
Unidos, entre el presente y el pasado de dos lenguas y dos mundos en
permanente reencuentro. Entre el hoy y el ayer de aquellos trasterrados
que, saltando fronteras y obstáculos, vivieron a caballo entre ambos
empujados por la necesidad..."
No hubiera querido que mi primera reseña negativa fuera de esta novela de María Dueñas, sobre todo porque la primera "El tiempo entre costuras", me sorprendió muy gratamente. Pero en fin, sintiéndolo mucho, así es.
Es una novela que se lee bien, sencilla, sin complicaciones. Y esto último es justo lo que no quiero ver en una novela. A la protagonista le abandona el marido. Este hecho parece ser que es el único negativo que ha tenido en su vida, porque por lo que cuenta: todo lo sale bien.
Que necesita irse de España justo cuando comienza el curso en la universidad: pues le salen 3 becas para irse a donde quiera. Que no sabe cómo la van a tratar en California: pues estupendamente bien, cómo no. La invitan a sitios, la llevan de viaje, a cenar. Todo es ideal, vamos.
Descripciones: 0. No he leído nunca una novela donde se describan tan pocas cosas. Quizás esto hace que no consigas adentrarte en la historia. Los hechos te son ajenos a fuerza de que no te describa bien ni las situaciones, ni los paisajes, ni los momentos.
Y por último, el argumento en sí no llama la atención. No es un argumento sólido que de una manera fuerte hile el contenido de la novela. Es más bien sutil, por lo que hace que pierda fuerza la historia.
Resumiendo: No la recomiendo. No tiene un argumento lo suficientemente firme como para que la trama se mantenga en pie por sí sola. Ni siquiera me gusta el retrato que hace de la España de los años 30 y 50, ni de California. Da la sensación de que no se ha documentado lo suficiente.
Y hablo de cartas, visitante, en esta reseña porque uno de los personajes de la novela, fallecido, parece que se quiera comunicar con los vivos mediante las cartas que escribió a las misiones californianas. Él tuvo suerte y sí le contestaron.
Pero tampoco me hagas mucho caso. Total, yo sólo soy de esa clase de chicas que escribe cartas y a la que nunca le responden.
Y como fue a través de mi pared azul y de sus palabras al otro lado del teléfono como me enteré de la existencia de esta novela....
P.S: ... sé con certeza que mi vecino de al lado es de esa clase de chicos que nunca contestan las cartas que le envían.